Sobre flores y mujeres

Escribo en español porque para hablar de flores y de mujeres toca ser latino. Porque suena bien, porque es perfecto para expresar el tema a lo que vengo, porque me gusta. Porque hay que ser pasional y un poco dramático.

Las mujeres y las flores. ¿Cliché? Seguramente. Una de las más antiguas y desgastadas analogías utilizadas por poetas buenos y malos, por la cultura popular, por toda la iconografía humana. Sin embargo, sigue funcionando.

Como las flores, venimos en todos los tamaños, formas y colores. Todas, de alguna forma, nacemos con una especie de disposición natural para la belleza. Algunas son suaves como el terciopelo, otras vienen con espinos difíciles de domar. Algunas alegran el ambiente, otras son demasiado complejas y sofisticadas para el gusto común. Etc, etc, etc…

Sin embargo, lo que me interesa realmente tratar en este texto es el marchitar. El suyo – las flores – y el nuestro. Pero no el marchitar cronológico de la vida que es la viejez. Porque este no solo es natural y bonito, pero un privilegio que muchos no llegan a alcanzar. Y muchas veces, para la mujer, envejecer llega a ser un acto de valentía ante un mundo donde apenas el hombre ha ganado el derecho de arrugarse. Hablo aquí de otro fenómeno.

¿Alguna vez os ha ocurrido encontrase con alguna prima no cercana, una amiga que vive lejos o ex colega de la uni (todas jóvenes todavía) y pensar “¡Por dios, qué mal le han tratado los años!”?  Este es precisamente el marchitar a que me refiero. El envejecer antes de la viejez. La muerte de la belleza, de la gracia y de la chispa femeninas durante el auge de la juventud.

Hay, ciertamente, muchas razones que pueden llevar a este marchitar precoz. Una vida dura de privaciones, por ejemplo. El trabajo en demasía y el sueño en escasez. Pero a mi ver, pocas cosas destruyen la hermosura y la gracia de una mujer como una mala relación.

Pongamos por caso una dalia feliz en el jardín botánico de Madrid. Ella está allí en su cantero, hermosa, con todos los nutrientes de que necesita, exuberante, luciendo sus colores casi salvajes. Imagina que cortemos esta dalia y la dejemos tendida en el suelo en un día veinte de agosto. En Madrid, reitero. ¿Qué le va a pasar?

Dentro de pocas horas sofocará. Tras un día entero se volverá irreconocible, deformada, un fantasma de si misma. Lo mismo le pasará a una mujer involucrada con una persona que (aunque inconscientemente) le hace mal. Que no le dispense los cuidados y cariño que ella requiere. Que no respete sus objetivos, necesidades y voluntades. Alguien que exija el control a todo momento. Y principalmente, que demande más de lo que está dispuesto a dar.

Lo más impresionante es que, aunque hoy día dispongamos de mucho más libertad que en otros tiempos, lo seguimos haciendo. Sometiéndonos a relaciones fallidas y muchas veces persistiendo en ellas en la esperanza de que nos hagan felices. O peor, viviendo la ilusión de que nos hacen felices, cuando en realidad nos sorben nuestra energía vital.

Me asustan mucho los efectos. La piel se vuelve pálida, grasa, gris. El pelo, una espiga disforme. Los ojos sin brillo, cansados. El cuerpo, demasiado hinchado o el opuesto total. Esa mujer nunca encuentra tiempo (y frecuentemente dinero) para hacer, comprar y estudiar lo que quiere. ¿Viajar? Olvídate, es muy caro. Nunca encuentra huecos en su agenda para ver a la gente que le quiere (incluso su propia familia). Y lo más sorprendente es que culpan a todo: el trabajo, el gobierno, la luna en Júpiter – pero JAMÁS a la relación que le mantiene cautiva en un régimen casi dictatorial, llena de reglas y carente de pasión.

Como la dalia madrileña, una no hace bien en alejarse de quien realmente es, de su eje, de su verdadero propósito existencial. De su cantero. Y yo pienso que todas nosotras tenemos plenas condiciones de divisar y evaluar lo que nos hace mal para, entonces, eliminarlo sin remordimientos de nuestra vida. Solo hay que ser fuerte para aceptar que amar no es sufrir. Yo digo que dejemos de enterrarnos en vida porque tenemos una ilusión Disney de que toda bestia se volverá príncipe azul si le damos nuestro amor sincero.

No. No va a pasar. Más bien tú dejarás de ser princesa/reina y te volverás bestia igual que él.

Si os sirve de consuelo, para las dalias, una vez mutiladas, no hay vuelta. Para nosotras, felizmente sí.

2 thoughts on “Sobre flores y mujeres

  1. Uma vez ganhei uma rosa azul. Fiquei meio sem jeito com o presente, afinal rosas são para a mulher. Que infelicidade de machismo. Se seguisse o padrão, acharia uma desfeita e largaria num canto. Mas, fiquei refletindo com o pequeno arranjo na mão. A flor era natural, natural como nós humanos. Já a cor era artificial, manipulada para parecer algo “de homem”. Tolice, todos nós, independente da cor amamos, sofremos, idealizamos…e morremos. A rosa azul murchou, caiu, despedaçou. Mas minha consideração pelo gesto, pelo carinho, pelo sentimento permaneceu. O que realmente vale é o de dentro, o verdadeiro, a essência…as pétalas vão murchar, mas nossa memória do bom, do feliz, do júbilo para sempre permanecerá.

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